La Dra. María Pía Chirinos, profesora de filosofía de la facultad de Humanidades, nos habla sobre el trabajo como dimensión humana y positiva para la realización personal y profesional.
Por Dirección de Comunicación. 25 mayo, 2021.En esta especial entrevista, la Dra. María Pía Chirinos comparte sus opiniones con respecto al quehacer profesional y su importancia para el desarrollo pleno del trabajador y de la sociedad, su visión del trabajo en la nueva normalidad, y la vigencia del mensaje de San Josemaría para la santificación mediante el trabajo.
Desde su investigación en filosofía, ha abordado la relación entre trabajo y la vida ordinaria como espacio para el desarrollo de las virtudes. ¿Es el trabajo un espacio autoaprendizaje?
No sé hasta qué punto podemos hablar de autoaprendizaje: ni en la vida ordinaria ni en el trabajo ni en casi ningún ámbito. Somos dependientes y nuestra sociedad necesita a gritos reconocer esto. Las lecciones profundas y realmente humanas de la vida, las aprendemos de buenos maestros, amigos verdaderos, padres y hermanos. Y la felicidad también. Debemos fomentar relaciones hondas, permanentes, sinceras para desarrollar realmente nuestra personalidad y llegar a ser felices. Y la palabra autoaprendizaje no ayuda, aunque los tutoriales estén cada vez más extendidos y nos hagan creer lo contrario.
La pandemia parece haberlo transformad todo, incluyendo el “home office”. ¿Es posible sustituir de manera definitiva el trabajo presencial por un modelo virtual?
En la sociedad de la tecnología, del internet, del Instagram y del Tik-tok hay muchas imágenes y mensajes, pero experimentamos escasez de diálogo y de auténtica empatía. Es bastante contradictorio que en una sociedad donde las comunicaciones se han hecho parte integrante de nuestra vida, se haya perdido el sentido de comunidad, de dependencia, de tradiciones que nos ayudan a ser más humanos. Si bien las herramientas digitales nos ayudan hoy a afrontar muchos desafíos a nivel laboral, no podemos suplantar las relaciones humanas con las pantallas. En la universidad está muy claro que lo nuestro es el cara a cara, lo presencial, lo humano.
¿Cómo podemos integrar el trabajo en nuestras vidas sin reducirlo a un sustento económico propio y de nuestras familias, dándole unidad y sentido al quehacer profesional?
Una madre o padre de familia que busca ganarse el pan de cada día, busca al mismo tiempo tiempo lo mejor para los suyos: educación, bienestar, valores, virtudes. Su trabajo se desarrolla en un contexto de servicio y de sacrificio a su familia, y ello implica, a su vez, crecer en virtudes como la laboriosidad, la honradez, la justicia. Y si este modo de ver el trabajo lo extiende a un ámbito más amplio como servir a la sociedad, entonces puede realizar otras acciones que perfeccionan su quehacer: si es empresario, su trabajo realizado con excelencia le ayudará a buscar ganancias para subir el sueldo de sus empleados, para pagar los impuestos, para mejorar sus condiciones laborales, etc. Si es empleado, trabajar con honradez, con lealtad, con sentido profesional permitirá también mejorar las ganancias de la empresa y contribuir al bienestar de todos. El trabajo es una fuente de realización personal y puede incluir muchos fines distintos, nobles y humanos.
Con la pandemia, la sociedad llamó la atención y agradeció el trabajo de aquellos que solían ser considerados como trabajadores de menor categoría y que, durante el confinamiento, se desempeñaron en actividades consideradas esenciales. ¿Cree que con la pandemia vendrá una reconfiguración del significado del trabajo?
A lo largo de la historia, el trabajo siempre ha sido una realidad oscilante y muy relacionada con la división de clases: en Grecia, los ciudadanos libres estaban por encima de los esclavos y las mujeres porque estos trabajaban; en la Edad Media, la vida contemplativa de los religiosos se consideraba mejor que la vida activa de los laicos; hoy en día, las profesiones liberales o intelectuales se entienden superiores a las manuales y domésticas. Pocos reconocen estas desigualdades, pero son profundas y reflejan esa tendencia del ser humano a creerse superior respecto de otros, ya sea por cuestiones raciales, culturales o de religión. Vivimos en lo que llamo “laborismo aristocrático”: soy mejor porque gano más plata, porque he ido a la universidad, etc. Quizá la pandemia ayude a reconfigurar estas falsas valoraciones, pero es un desafío importante.
En estos tiempos de cambios, incluso se habla ya de la sustitución del trabajo del hombre por los robots…
Pensar que el desarrollo desembocará en sustituir todos los trabajos por robots o máquinas podría significar no haber entendido lo que es la empatía y el auténtico cuidado. El contacto personal, descubrir las necesidades del otro, el cuidado diario, etc. son signos inequívocos de humanidad. Todos hemos sufrido y seguimos sufriendo al no poder acompañar a nuestros seres queridos cuando entran en un hospital por COVID-19 y nos aterra la posibilidad de que mueran solos. Dudo mucho que un robot tenga la sensibilidad para acompañar a una persona en sus últimos momentos.
El fundador de la universidad, San Josemaría Escrivá, desarrolló una predicación clara y nueva sobre la santificación del trabajo. ¿En qué contexto es que ello sucede?
Los avances de las revoluciones industriales de Gran Bretaña y Estados Unidos a inicios del s. XX ya estaban poniendo al trabajo en el centro de la cultura. San Josemaría supo leer los signos de los tiempos en una España que recién empezaba a engranarse en la economía mundial. Pero también tuvo una mirada visionaria para comprender la importancia del trabajo en la vida, no solo de los hombres, sino, muy especialmente, de las mujeres, quienes empezaban a ocupar puestos en empresas, universidades, etc. San Josemaría introdujo un sentido cristiano de la condición secular del ser humano, comprometido con la sociedad mediante un trabajo bien hecho, con espíritu de servicio y con una profunda visión de fe.
¿Es posible que su mensaje sea actual en el s. XXI?
San Josemaría empieza a hablar en los años ’60 de un “materialismo cristiano” abierto a la trascendencia; se enfrenta con la división de clases y proclama que todos somos iguales ante los ojos de Dios y que no hay cristianos de segunda categoría. Su mensaje sobre la dignidad del trabajo rompe la falsa idea de que era un castigo e interpreta correctamente las palabras del Génesis en las que Yaveh pone a Adán en el jardín del Edén para que lo trabajase y custodiase. En pleno s. XXI, su predicación sobre los trabajos del cuidado ordinario se ha visto más que recompensada: la pandemia nos ha permitido descubrir su absoluta necesidad y la ganancia en humanidad que representan. Y esto es solo el comienzo. Pero quizá sea tarea para una aproximación más teológica, que no es mi campo. Hay mucho estudiado y publicado por muy buenos conocedores de su mensaje, y a la vez hay mucho también para investigar.